Last Man

Bastien Vivès me tiene completamente hipnotizado. Primero simplemente lo disfruté. Después, sobre todo a partir de Los melones de la ira, quise comprenderlo, y pensé que su clímax creativo, o al menos su clímax teórico, había llegado con La gran Odalisca (hablamos de ello aquí). Ahora Diábolo publica en España el primer volumen de Last Man, creado a seis manos junto a Balak y Michaël Sanlaville, y demostrando que el francés va un paso por delante de todas las tendencias y que es el rey absoluto de la ultramodernidad en el mundo del cómic.

Last Man es un tebeo de aventuras con toques de fantasía y algo de ciencia ficción. Es, en buena medida, un manga, pese a lo contradictorio que pueda parecer esto. Tanto la temática, como el tratamiento de la narrativa e incluso el color evocan a los mangas de aventuras. Y no es una sensación, hay evidencias de ello en el cómic. Incluso hay unas pegatinas que se tienen que enganchar en lugares determinados del libro. Eso me ha parecido la leche.

Lo que diferencia, no obstante, la mímesis de la creación, la farsa del arte, es el respeto que muestran los tres autores por los cánones del mejor manga para jóvenes. Los encuadres, la composición de las páginas e incluso las líneas no están ahí al azar, como quien dice muy a la ligera (y pasa mucho) “Venga, vamos a hacer un manga”. No en vano Vivès se ha rodeado de dos importantes creadores de storyboards.

En cuanto a la historia, por resumir, tenemos una historia tan simple como efectiva, una suerte de Street Fighter o de Dragon Ball. Es cierto que en este primer volumen se da a entender que hay algo más y que la cosa va a decantarse hacía la ciencia ficción. Pero, de momento, no tenemos más pistas, ni las queremos. Porque de lo que se trata aquí es de disfrutar. Vivès, Balak y Sanlaville han creado una obra de consumo rápido: dinámica, fresca, fácil... Casi apela al niño que todos llevamos dentro. Y no es fácil hacer bien eso. La dibujante Irene Roga escribía en su Facebook hace unos días: “Echo de menos el estilo de dibujo redondeado y orgánico del manga de los 80. Ahora es tan anguloso y limpio, tan estricto, que me da cosa, la verdad. Quizás en parte por eso me cuesta hoy engancharme a alguna serie moderna. Otomo, Shirow y otros tantos genios le daban movimiento y vida a las viñetas. ¿Nos hemos vuelto artificiales con tanto ordenador y tanto programa informático?”. Aunque Roga habla del dibujo, también hay algo de todo este anquilosamiento en los guiones e incluso en la manera de desarrollarlos.

Last Man no es un cómic para todo el mundo, es un cómic para lectores de cómics. Ellos lo disfrutarán, sin necesidad de ninguna reflexión ni análisis: simplemente se dejarán llevar. Pero ello no quiere decir que este sea un tebeo vacío. Y aún así, no tengo ninguna duda de que, pese al trabajo intelectual que hay tras él, los intelectuales lo repudiaran y lo encontrarán fútil. Sólo los verdaderos cazadores de tendencias y los teóricos de la modernidad conectarán con lo que Vivès ha querido hacer en Last Man. Pero, INSISTO, no hace falta, y eso engrandece la obra. Simplemente disfrutadlo.

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